El Queche: Una aproximación historiográfica y documental

Beatriz Cruz López

El conocimiento sobre la organización interna de los pueblos mesoamericanos y coloniales ha avanzado mucho en las últimas décadas. Autores como James Lockhart, Matthew Restall y Kevin Terraciano han profundizado en el estudio del ‘altepetl’ de los nauas, el ‘cah’ de los mayas yucatecos y el ‘ñuu’ de los ñudzahui-mixtecos, respectivamente, a través del análisis de documentos que fueron elaborados por los propios miembros de esas comunidades, principalmente los que fueron escritos en lenguas indígenas.[1]

Los resultados de estas exhaustivas investigaciones han puesto de relieve que en estas tres regiones culturales existía un modo singular de constituir entidades políticas: a través de la unión de grupos relativamente autónomos. También revelan que esta especie de principio organizativo operó varios siglos antes de la llegada de los españoles y que, en términos generales, se mantuvo vigente a pesar de los cambios que las poblaciones nativas experimentaron a raíz del establecimiento del orden colonial.

En el caso del ‘queche’, la unidad sociopolítica fundamental de los benizaa-zapotecas,[2] todavía no existe un trabajo similar porque el estudio de documentos coloniales escritos en tichazaa-zapoteco es muy reciente.[3] No obstante, la raíz mesoamericana de los pueblos zapotecos hace pensar que en ellos operaba una organización similar. Y de hecho, existen varios indicios en distintas fuentes históricas que confirman esta suposición. Antes de exponer estos testimonios haré un breve repaso de las características más importantes de la organización interna de los pueblos que los autores antes mencionados han señalado en sus investigaciones.

La organización celular

Las entidades sociopolíticas de Mesoamérica se formaron siguiendo un patrón que, retomando a Lockhart, se puede llamar “organización celular o modular”, y que él explica de la siguiente forma:

La manera [mesoamericana] de crear grandes unidades [políticas] tendió a acercar a una serie de partes relativamente separadas y autónomas, que constituían el todo, cuya unidad consistía en el número y la disposición de esas partes, su relación idéntica con respecto a un punto de referencia común, y su rotación ordenada, cíclica (op. cit.: 29). 

Los pueblos mesoamericanos fueron resultado de alianzas entre diferentes grupos (ya fueran comunidades vecinas, grupos de migrantes, e incluso grupos resultantes de una previa división interna) que buscaban, mediante esta unión, fortalecer su defensa frente a otras colectividades y fomentar su propio desarrollo.
           
Dentro de los pueblos, estos grupos o parcialidades se congregaban en torno a un liderazgo de tipo dinástico,[4] un territorio propio, el culto a una deidad tutelar y una organización que les permitía participar de manera casi equitativa tanto de las obligaciones como de los beneficios que concernían a la unidad. Con ello, la jerarquía existente entre estos grupos, que podía ser motivo de disputas, era “suavizada” en pos de la estabilidad.
          
Los grupos constitutivos del altepetl eran llamados ‘calpolli’, ‘tlaxilacalli’, ‘chinamitl’ o ‘teccalli’.[5] Los del ñuu se denominaban ‘siña’, ‘siqui’ o ‘dzini’.[6] Por su parte, en el cah yucateco un grupo menos similar a las subunidades naua y ñudzahui, el ‘chibal’, cumplía con las mismas funciones “en tanto que formaba una base parcial para la identidad, la organización económica y la facción sociopolítica en cada cah” (Restall, op. cit.: 28).[7] Los españoles llamaron ‘barrios’, ‘estancias’ o ‘pueblos sujetos’ a estos segmentos de cada unidad política; y a la localidad en la que residía el líder dinástico la llamaron ‘cabecera’.[8]

Cada parcialidad tenía un nombre propio. Tenochtitlan, por ejemplo, como muchos altepeme (-me, plural) del centro de México, tenía una composición cuatripartita y sus tlaxilacalli se llamaban Moyotlan, Teopan, Atzaqualco y Cuepopan. Además, las parcialidades también poseían una organización, un territorio, un culto y un líder propios (Lockhart, op. cit.: 31; Terraciano, op. cit.: 106-112). Más aún, en su interior también se dividían en secciones o distritos (que resultaban de la unión de varias familias), cada uno de ellos con una jefatura capaz de organizar el trabajo colectivo, el reparto de tierras y la colecta de tributos. A estas secciones también se les llamó ‘barrios’ durante la época colonial, lo que puede llegar a generar cierta confusión.

Entre los funcionarios que operaban al interior del tlaxilacalli todavía en la primera mitad del siglo XVI se hallaba el ‘macuiltecpanpixqui’, el que cuida a cien (Lockhart, op. cit.: 69). Por su parte, en la región ñudzahui, los ‘saquiñehe’ eran los encargados de recaudar el tributo al interior del siña (Terraciano, op. cit.: 110). Si bien la organización al interior de las parcialidades no era tan estable como la de los pueblos, con el tiempo se iba fortaleciendo cada vez más, al grado de que cada parcialidad podía considerarse como un pueblo en formación.

Otro nivel de organización sociopolítica que seguía el mismo principio de asociación de distintos grupos, en este caso, la asociación entre pueblos, eran las confederaciones. En la región naua a la unión de dos o más altepeme también se le llamaba ‘altepetl’. Entre los ñudzahui a la unión de varios ñuu se le denominaba ‘yuhuitayu’.[9] La organización de los pueblos al interior de las confederaciones era similar a la que tenían las parcialidades dentro de los pueblos, excepto por el hecho de que en las confederaciones no había un centro político definido, de modo que cada pueblo reconocía y tributaba a su propio líder dinástico. La cohesión entre los pueblos confederados se reforzaba a través de alianzas matrimoniales entre los gobernantes y sus familias, aunque a veces esto no era suficiente (Terraciano, op. cit.: 103-104).

Aunque en las confederaciones los sentimientos de independencia y rivalidad entre las partes constitutivas eran más fuertes, varias lograron estrechar sus lazos y permanecer juntas durante siglos, como la confederación de Amaquemecan, a la que fue imposible separar en sus altepeme constitutivos en el siglo XVI (Lockhart, op. cit.: 36). Otras llegaron a ser sumamente complejas, como la Triple Alianza, que era una confederación entre las también confederaciones de Tenochtitlan, Tlacopan y Tetzcoco, y que llegó a ser muy poderosa pero colapsó tan pronto como fue vencida por los españoles y sus aliados. Mientras tanto, en la región mixteca Yodzocahi (Yanhuitlan) también llegó a ser un señorío sumamente complejo. Este yuhuitayu era tan grande que, según se reportó en el siglo XVI, se conformaba por alrededor de cuarenta siña, varios ñuu y alguno que otro yuhuitayu (Terraciano, op. cit.: 131).

Lo más sobresaliente del proceso de conformación de las unidades políticas mesoamericanas era que se basaba en su asociación y no en su fusión. Las parcialidades, los pueblos, las confederaciones, y todo tipo de formaciones políticas complejas eran posibles gracias a la vinculación de grupos que permanecían diferenciados en su interior.[10] Cuando las alianzas se rompían, el hecho de que existiera esta segmentación facilitaba la supervivencia de los grupos constitutivos, que más adelante podían intentar nuevas asociaciones. Así, la unión y la segmentación se constituyeron como procesos complementarios y cruciales para el origen y desarrollo de los pueblos mesoamericanos. Las poblaciones nativas que los españoles conocieron en el siglo XVI eran resultado de procesos históricos que implicaban tanto la asociación de grupos vecinos y la aceptación de grupos de inmigrantes, como la división interna y la desintegración de antiguas alianzas.

Como puede apreciarse, la organización celular implicaba que “las partes constitutivas de cada nivel fueran entidades relativamente completas, bien desarrolladas, capaces de mantener una existencia independiente” (Lockhart, op. cit.: 46). Pero, también, que éstas reprimían su comprensible tendencia a la autonomía mientras hallaran más benéfico mantenerse asociadas. Como afirmó Lockhart para la región naua, en un enunciado que puede aplicarse a las distintas regiones de Mesoamérica:

no existía nada que impidiera que el altépetl de forma más sencilla creciera mediante un incremento natural o la absorción de inmigrantes y se hiciera complejo, con uno o más de los antiguos jefes de calpolli transformados en tlatoque. A la inversa, no existía nada que impidiera que una forma compuesta se derrumbara y se convirtiera en una forma más sencilla y más unificada, lo que podría pasar bien porque todo el grupo sufriera reveses como la pérdida de población y la derrota militar, o porque una parte constitutiva creciera más que las otras (op. cit.: 45).

Coincidentemente, Terraciano está convencido de que entre los ñudzahui  “cada siqui [siña o dzini] era un ñuu en potencia, y cada ñuu un yuhuitayu”. La aparición de términos como ‘ñuu siqui’ y ‘ñuu siña’ parecen indicar la existencia de grupos que se hallaban en transición entre ambos niveles (op. cit.: 116).

Aún con las modificaciones que derivaron de la administración colonial y que limitaron la creación de alianzas por encima del nivel de los pueblos, las unidades políticas indígenas mantuvieron su organización modular-celular y su desarrollo interno no se interrumpió. Desde el siglo XVI es posible observar que algunos barrios o pueblos sujetos se empeñaron en obtener el reconocimiento como cabeceras independientes.[11] A la par, es común encontrar que los ‘barrios’ dentro de las cabeceras o sus pueblos sujetos adquirieron mayor protagonismo y no pocas veces también buscaron su propia independencia.

El caso benizaa: el queche

Entre los zapotecas al pueblo, cualquiera que fuese su tamaño, se le denominaba ‘queche’.[12] Al parecer este término podía referirse también a una confederación de pueblos, como en el caso naua. Es probable que la categoría de cada queche se reflejara con mayor claridad en la jerarquía de su gobernante, quien podía ser un ‘coqui’ (rey), un ‘xoana’ (señor) o un ‘pichana’ (señor de linaje).[13]
        
Mientras que los españoles tradujeron estos términos como ‘cacique’, entre los benizaa la diferencia era importante. Zaachila, como antiguo centro político, era gobernado por un coqui, mientras que Macuilxochitl, señorío del Valle cuyo rango era menor al de Zaachila, era gobernado por un pichana; Guevea, en el Istmo, era gobernado por un xoana.[14] Un documento colonial de San Lucas Quiaviní, pueblo benizaa del Valle de Oaxaca, muestra cierto cuidado para definir la jerarquía de los gobernantes a la vez que ilustra la forma en que estas distinciones podían manipularse en un contexto de desavenencias políticas (Oudijk, 2000: 141-142).

El queche también estaba conformado por parcialidades, y sus parcialidades por secciones. Los pocos documentos que conozco, que están escritos en tichazaa y datan del siglo XVI, utilizan el término español ‘barrio’ para referirse a estos segmentos constitutivos de cada pueblo.[15] Las parcialidades tenían un nombre propio,[16] y es casi seguro que compartían otras características con sus similares nauas, mayas y mixtecas. Varias de las entradas del Vocabvlario… que designan a las secciones dentro del queche parecen aludir a algunos de estos rasgos:

‘A cada barrio. Chagachaga. l. tobitobi quiña. l. colaba. l. loo. l. q[ue]che’.
‘Barrio de villa o lugar. Tobi laoqueche, tobi quiña queche, chacue queche’.
‘Collacion. Vide barrio. Chacuee, cha late queche, tobi quiña queche’.
‘Estancia o barrio de pueblo. ñaaq[ue]che, quijñaqueche, collaba’.
‘Parcialidad de gente en vn pueblo para los trabajos del pueblo, o como esquadra. Tobicollaba, tobiquiña, tobicozaana. l. Tobilao, tobicue, xiquiñaya mi parcialidad’.
‘Pueblo estancia de otro o tequitlato. Tobilaoqueche, tobicuee, vide estancia’.
 (VZC: 5, 52, 79v, 188v, 300v, 332v)

En algunos casos las acepciones que entran en juego son muy simples, cual si se tratara de redundancias lo que significan literalmente es: una parte del pueblo.[17] Otros términos, sin embargo, parecen referirse a algunas características de estas colectividades. Las acepciones ‘late’ (lugar, asiento), ‘quiña’ (sembradío) y ‘ñaa’ (¿sembradío?),[18] sugieren que los grupos dentro del queche se identificaban con un determinado territorio.[19] No es difícil hallar expedientes en los cuales se reseña cómo los barrios coloniales (y en los siglos XVII y XVIII las secciones, convertidas en barrios, dentro de los antiguos barrios, convertidos en pueblos) defienden sus posesiones territoriales, o arriendan sus tierras por iniciativa propia.[20] 
           
En cuanto a la organización interna para cumplir con las obligaciones y el tributo se encuentra ‘collaba’ o ‘colaba’, término que está relacionado con el verbo ‘tillaba’, solicitar que se haga algo (VZC: 384) y que se define en otro lugar como escuadrón de gente junta o como para guerra (VZC: 182v).
           
Por su parte, ‘cozaana’ es una palabra relacionada con el verbo ‘tizaana’ (parir), y se encuentra en la raíz de términos que indican linaje, parto, naturaleza, matriz, creador, entre otras, lo que sugiere cierta dosis de parentesco entre los miembros de cada segmento poblacional, ya fuera real o simbólico, pues para decir barrio, se estaría diciendo: un linaje o un fundador.[21]
           
Otra interpretación de ‘quiña’, basada en su acepción caja (caxa, VZC: 76v) o petaca (VZC: 313v), remite a los bultos sagrados, objetos de culto que contenían una reliquia relacionada con el ancestro deificado o la deidad protectora de un linaje, y que eran particularmente importantes para la legitimación de las dinastías gobernantes (Oudijk, 2000: 164). ‘Tobiquiñaqueche’, el término en cuestión, podría ser leído como “un bulto del pueblo”.[22] Dentro de un queche coexistían varios barrios y en consecuencia varios bultos sagrados que eran reverenciados y recibían ofrendas, justo como se ha documentado en los casos de San Juan Teitipac, en el Valle, y Lachirioag, en la Sierra (Ibid.: 163-166). Puede pensarse, por lo tanto, que dentro de un pueblo coexistían grupos que reclamaban descender cada uno de un antepasado propio. Quizá, como en el caso naua, al asociarse para conformar un queche, el más prominente de los grupos constitutivos (en antigüedad o liderazgo) colocaría a sus emblemas como los representativos de esa unidad (Lockhart, op. cit.:33-34).
           
Otra fuente contemporánea al Vocabvlario, la Relación Geográfica de Nexapa (1580), también describe la existencia de grupos al interior del queche:

En el t[iem]po de su gentilidad, fundaban sus pu[ebl]os por parentelas, y [a] aquel [que era cabeza de la parentela] obedecían todos. Y, conforme a como iban prevaleciendo, ansí iban defendiendo y acometiendo en guerras a sus vec[in]os. A este cabeza de parentela, q[ue] nosotros llamamos “cabeza de bando”, todos los otros trabajaban para sustentarlo, ansí de ornato como de mantenimi[ent]o. Las parentelas q[ue] deste de[s]cendian, hasta el cuarto grado de cada una, era la cabeza el pariente mayor de su primero grado: a éstos llamaban [en] la lengua mexican[a] TEQUIT[L]ATOS y, en la lengua zapoteca GOLABA y, en la lengua mixe, NIMUCHOO, y, en la lengua chontal, LAPUCNA, q[ue] quiere[n] decir en n[uest]ra lengua todos estos nombres “los q[ue] hablan en razón” o “a favor de la repú[bli]ca o de los consejos”, y más propiamente, quiere decir “solicitadores del señor mayor q[ue] ellos tenía[n]”, y esto no era por vía de sujeción forzos[a], sino obligatoria, y, así, le tenían grande amor.[23]

Aquí el término ‘golaba’ (indudablemente el mismo collaba que aparece en el VZC) no designa al grupo dentro del queche, que aquí se llama parentela, sino que se aplica a su líder, y se equipara a la palabra naua que designa el cargo de ‘tequitlato’, el repartidor del tributo o del tequio.[24] Además, en el texto también se vincula al detentador de este título con otras atribuciones: conducir la guerra y trabajar a favor de la república o de los consejos, es decir, del grupo encargado del gobierno del queche. Se trata, según parece, de un líder local, ubicado en un nivel bajo dentro de la jerarquía sociopolítica benizaa, [25] pero indispensable para el buen funcionamiento de la unidad política completa.

Es difícil dejar de vincular esta cita tomada de la Relación Geográfica de Nexapa con la organización del queche en la Sierra Norte y el papel destacado que jugaron ahí las “parentelas”.
           
Sucede que el establecimiento de los zapotecas en la Sierra Norte había ocurrido apenas algunas décadas antes de la conquista española, probablemente como resultado del mismo conflicto político de mediados del siglo XV que hizo que parte de la realeza zapoteca trasladara definitivamente su residencia de Zaachila a Tehuantepec (Oudijk, 2000: 207, 224-225, 229-230). Estos grupos de migrantes, llamados parentelas, y sus sucesivas divisiones, fueron los fundadores de los queches serranos.
           
Durante la época colonial, e incluso en la actualidad, muchos pueblos serranos conservaron la memoria no sólo de los líderes de las parentelas que les dieron origen sino también de los fundadores de algunas comunidades vecinas. Es interesante que varios pueblos trazaran relaciones en grupos de siete. Así lo han observado distintos investigadores en Choapan, en Talea y en Tabaa.[26] En este último caso, por ejemplo, el líder fundador de Tabaa estaba relacionado con los fundadores de Yojovi, Solaga, Zoogocho, Tavehua, Yatzachi y Lachirioag al haber compartido ciertos lugares en su migración, incluido, probablemente, su lugar de origen (Oudijk, 2000: 204).
           
A la llegada de los españoles, cada parentela se había convertido en un queche. Desafortunadamente, muy pocos habían podido establecer fuertes alianzas políticas que les permitieran consolidar confederaciones. De modo que, cuando se estableció el sistema colonial cabecera-sujeto, resultó que “la mayoría de los pueblos eran sus propias cabeceras” (Chance, op. cit.: 121).

Cuando las 'parentelas' conquistaron la Sierra, sus jefes guerreros dividieron las tierras y cada uno fundó su cacicazgo, creando pequeñas entidades políticas que estaban interrelacionadas pero que a su vez tenían claras posiciones independientes unas de otras. Debido a que la conquista bènizàa de la Sierra tuvo lugar 75 años, o quizás menos, antes de 1521, no hubo tiempo suficiente para desarrollar cacicazgos más grandes a través del sistema de matrimonios u otros mecanismos (Oudijk, 2000: 224-225).[27]

Al parecer, al interior del queche serrano colonial los lazos de parentesco siguieron siendo el eje de la organización sociopolítica. Los pueblos reconocían en su interior varios linajes, y la vida se estructuraba en torno a ellos:

El corazón de la organización social zapoteca era el pueblo y en zapoteco de la sierra se nombraba yetze. A juzgar por los documentos escritos en este idioma un pueblo era tan sólo un asentamiento humano, pero lo importante de ese conjunto eran las relaciones que se tejían entre las personas, relaciones de parentesco reales y simbólicas y relaciones de prestigio y poder. Un yetze o pueblo era la unión de varios linajes, por lo común de cuatro o tres, con una fortísima identidad que los unía. […] La posición de un individuo en su linaje determinaba el prestigio del que gozaba en su pueblo. Su cercanía a los fundadores sagrados del linaje, el poder trazar su descendencia en línea recta, el conocer su genealogía, lo hacía pertenecer a lo que los españoles llamaron nobleza o principales y los zapotecos nombraron xohuanas. Los macehuales eran aquellos que no podían trazar una línea clara entre ellos y los ancianos fundadores del grupo, por eso debían cumplir con los servicios bajos, como cargar leña, cortar zacate para las bestias, ir por correos y pagar contribuciones.[28]

A diferencia de lo que ocurría en otras zonas, en la Sierra Norte los pueblos solían reconocer a varios caciques (Chance, op. cit.: 200). Los líderes de los linajes participaban del gobierno del queche aunque en diferentes niveles. Así se aprecia en documentos como la Memoria de Juquila y la Memoria de Totolinga.[29] Es el orden de aparición, son sus acciones, sus relaciones y los símbolos que los rodean quienes van determinando la importancia de cada uno de los antiguos líderes de los linajes.
           
En la ceremonia del bautizo que convirtió a los antiguos líderes de Juquila y Totolinga al cristianismo, se pueden observar las diferencias entre todos ellos. De los cuatro antepasados de Juquila, Biguinixila tuvo como padrino a un español, don Francisco Saavedra, identificado en el mismo texto como “el antepasado de los españoles”, Beehoxila Bilazeehe tuvo como madrina a una española, doña Catalina de Medina, de la que no se sabe más, y de Riihinela y Nalaoo no se mencionan los nombres de sus padrinos. Por su parte, los tres antepasados de Totolinga recibieron el bautizo de la siguiente forma: Laa tuvo como padrino a don Francisco de Linar (a su vez antepasado del pueblo de Yojovi), Bilachinaa tuvo como padrino a don Pedro Sanchez Yalaa (quizá otro antepasado de Yojovi) y Pinopaa tuvo como padrino a don Juan Nalaoo, uno de los antepasados de Juquila (Romero, 2005: 27-30). Las diferencias pueden ser muy sutiles, pero están ahí.
          
La imagen de los pueblos serranos es, así, una de las más claras en cuanto a la diferenciación interna del queche. Y promete más. Son muchos los documentos zapotecos de la sierra que faltan por analizar. Y siempre está la esperanza de encontrar otros documentos para el Valle y en el Istmo.

Consideraciones finales

He presentado apenas una muy breve exploración del material que se puede utilizar en el estudio de la unidad sociopolítica más importante para los zapotecos: el queche. Creo, sin embargo, que es suficiente para darse cuenta de que el queche era una entidad sumamente compleja y con una organización similar a la del altepetl, el ñuu y el cah, aunque también con sus particularidades, especialmente en el caso del queche serrano. Falta mucho por hacer pero afortunadamente cada vez es mayor el interés que los investigadores muestran por este grupo cultural.
           
Quienes tenemos nuestras raíces y formamos parte de las comunidades zapotecas también podemos contribuir. Muchos relatos que los abuelos suelen contar son verdaderas “selvas de símbolos” que caen en el olvido por falta de receptores atentos y cuidadosos que los atesoren y difundan echando mano de la tecnología a su alcance. Por otra parte, son muchos los documentos que aguardan en los archivos locales para ser restaurados, leídos e interpretados y poder mostrar así toda su riqueza. Y no estoy pensando en hermosos códices o lienzos. Algo tan aparentemente trivial como un testamento o un expediente de tierras pueden ser sumamente útiles si se les mira con atención y se les analiza en conjunto con otros documentos de otras localidades.
            
Cuidar de estos recursos es un compromiso que todos debemos adquirir si queremos, algún día, conocer un poco más sobre aquéllos que nos precedieron en estas tierras.


(Texto publicado originalmente en la Revista Guidxizá, Año V, Número 13, Abril-Junio de 2009)

[Texto publicado en Guidxizá, una mirada a nuestros pueblos, suplemento cultural del Comité Melendre, publicado en EL SUR, diario independiente del Istmo. Año II, N° 55, Dom 11/Ago/2013. Se autoriza su reproducción siempre que sea citada la fuente.]



[1] Sus obras más relevantes, y que se utilizan en este texto son: James Lockhart, Los nahuas después de la Conquista. Historia social y cultural de la población indígena del México central, siglos XVI-XVIII, México, FCE, 1999; Matthew Restall, The maya World. Yucatec culture and society, 1550-1850, Stanford, California, Stanford University Press, 1997; Kevin Terraciano, The Mixtecs of colonial Oaxaca. Ñudzahui history, sixteenth through eighteenth centuries, Stanford, California, Stanford University Press, 2001. Un estudio pionero, aunque centrado en un solo señorío, es el de don Luis Reyes García, Cuauhtinchan del siglo XI al XVI. Formación y desarrollo de un señorío prehispánico, México, CIESAS-FCE, 1988.
[2] Los términos Queche, Benizaa y Tichazaa que se refieren a 'pueblo', 'zapoteca' y 'lengua zapoteca', respectivamente, son usados con base en el trabajo de Fray Juan de Córdova de 1578, Vocabvlario en lengva çapoteca, México, Ediciones Toledo, INAH, SEP, 1987 (en adelante VZC). Queche (VZC: 332v) Benizaa (VZC: 290r, 292r), y Tichazaa (VZC: 202r, 236r).  
[3] Actualmente el Seminario de Zapoteco, dirigido por Thomas Smith-Stark, se dedica al estudio de textos del Valle de Oaxaca, el proyecto Zapotexts de la UCLA hace lo propio con escritos de distintas regiones, y Michel Oudijk (también participante del Seminario) analiza cientos de documentos de la Sierra Norte.
[4] Cada altepetl era gobernado por un ‘tlatoani’ (el que habla o el que tiene la voz, plural: tlatoque). Cada ñuu era gobernado por un ‘yya’ (o ‘iya’, señor o gobernante) o una ‘yya dzehe’ (señora), pues entre los mixtecos ambos géneros podían acceder al mismo estatus.
[5] La diferencia en el uso de estos términos es algo vaga, por ahora sólo se puede afirmar que ‘calpolli’ (casa grande) aparece más en los relatos sobre la fase migratoria de los mexica; ‘tlaxilacalli’ (etimología incierta) parece referirse a los grupos con un territorio fijo, y por lo tanto es el que más aparece en los documentos coloniales; ‘chinamitl’ (cerca o valla) está más presente en la zona sur del centro de México; y ‘teccalli’ (señor-casa) es un término que sólo aparece en la zona oriente del centro de México, más específicamente en Cuauhtinchan y Tecali, donde “había reemplazado virtualmente al calpolli como la unidad básica de la organización sociopolítica” dentro del altepetl (Lockhart, op. cit.: 31, 157).
[6] El término ‘siña’ (perteneciente a la gente) se utilizó en la región cercana a Yanhuitlan; ‘siqui’ (etimología incierta) en la región del Valle de Teposcolula, Tamazulapan y Tlaxiaco; y ‘dzini’ (cabeza o manojo) se usó en los alrededores de Huajuapan, Coculco, Tequistepec y Acaquisapan. Las diferencias entre estos tres tipos de corporaciones, aparte de su uso en distintas regiones, tampoco son claras (Terraciano, op. cit.:105).
[7] El ‘chibal’ era más bien un linaje extenso. Se ubicaba entre el nivel de la familia y el del cah, pero a la vez trascendía a este último, pues en distintos cahob (-ob, plural) se podía encontrar gente de un mismo chibal (Restall, op. cit.: 2, 28). 
[8] A veces esta clasificación cabecera-sujetos se aplicó a ciertas confederaciones de pueblos, lo cual ocasionó problemas entre sus integrantes, pues todos deseaban se les reconociera como cabeceras.
[9] Para el caso maya existe una polémica. Tsubasa Okoshi y Sergio Quezada (1990 y 1998) consideraron la existencia, en el Postclásico tardío, de ‘cuchcabalob’, esto es conjuntos de líderes de pueblos subordinados y enlazados por un poder residente en un pueblo cabecera, y de ‘tzucubob’, provincias definidas con base en un linaje al que pertenecían los dirigentes de varios ‘cuchcabalob’ constitutivos. Restall, por otro lado, afirma que no existieron unidades sociopolíticas por encima del cah ni antes ni después del contacto con los españoles más allá de ciertas alianzas estratégicas, y aunque ha reconocido la existencia de cahob “gemelos”, similares a la confederación de Tenochtitlan y Tlatelolco, los ha asociado a la política española de congregaciones (op. cit.: 29). Tsubasa Okoshi Harada y Sergio Quezada, “Tzucub y Cuchcabal dos términos para entender la organización territorial de los mayas yucatecos del tiempo de la invasión española (El caso de la llamada provincia de los Cupul)”, en Yoko Sugiura Y. y Mari Carmen Serra P. (eds.), Etnoarqueología. Primer Coloquio Bosch-Gimpera, México, UNAM, IIA, 1990, pp. 363-369. Tsubasa Okoshi Harada, “Revisión crítica de la geografía política de los mayas yucatecos del Postclásico: la jurisdicción de Tases”, en Memorias del Tercer Congreso Internacional de Mayistas, México, UNAM, IIFil, 1998, pp. 65-76.
[10] En las zonas conquistadas por los nauas, donde los altepeme se componían de población mixta, “incluso cuando los grupos locales conquistados y los inmigrantes intrusos no podían ya distinguirse por diferencias en su lengua y cultura, retenían una tradición de su origen separado” (Lockhart, op. cit.: 46).
[11] En este sentido, como observó Lockhart, las fuerzas que apuntaban a la dispersión de los grupos constitutivos se hicieron más fuertes debido a la falta de incentivos para mantener y fomentar la creación de unidades políticas más complejas y a la falta de vías para canalizar sus aspiraciones (op. cit.: 46).
[12] En el VZC se encuentran las siguientes referencias: ‘Pueblo gra[n]de o pequeño o ciudad. Queche’ (VZC: 332v). ‘Reyno de los cielos. Quechequiepaa [pueblo/reino-cielo], quelacoqui quiepaa’ (VZC 349). La búsqueda la realicé gracias a la versión electrónica del VZC realizada por Thomas Smith, Áurea López y Sergio Bogard. En el Archivo General de la Nación, ramo Tierras (en adelante AGNT), Vol. 256, exp. 2, fojas 82-115 formado durante los años 1709-1711, hay 21 documentos coloniales de los siglos XVI al XVIII escritos en tichazaa. De acuerdo con mis notas del Seminario de Zapoteco, en los cerca de diez documentos analizados queche se utiliza para referirse tanto a San Juan Teitipac, pueblo cabecera, como a San Sebastián Teitipac, pueblo sujeto del primero pero que mostraba mucha más independencia que otros pueblos sujetos.
[13] ‘Rey. Todos los nombres sacando el primero son nombres del oficio de rey. Coqui Rey, conñijtao, cobeepeatao, coquichepeatao, huetocotichapeatao, cocoopeatao’ (VZC: 349). ‘Señor de sieruos o dela casa. Pejoana, y pechana. si es de casta’ (VZC: 377). ‘Señor o grande. joana, coqui’ (VZC: 377)
[14] Estos términos aparecen en la Genealogía de Macuilxochitl, los Lienzos de Guevea y Petapa, y otros documentos zapotecos del Valle, el Istmo y la Sierra Norte que han sido estudiados por Joseph Whitecotton, Zapotec elite ethnohistory: pictorial genealogies from Eastern Oaxaca, Nashville, Tennesee, Vanderbilt University Publications in Anthropology, 1990, y por Michel Oudijk, “La genealogía de San Lucas Quiaviní”, en Acervos; Boletín de los Archivos y Bibliotecas de Oaxaca, México, 1998; Historiography of  the Bènizàa. The postclassic and early colonial periods (1000-1600 A.D.), Leiden, CNWS Publications, Vol. 84, Research School, 2000.
[15] AGNT 256, 2: 82-115.
[16] En los testamentos coloniales de San Sebastián Teitipac cada testador identificó el barrio al que pertenecía. Entre los más populares están: Quia Queza, Quiexosa y Quieguja (AGNT 256, 2: 82-115).
[17]Chacuequeche’ [uno-parte-pueblo], ‘tobicuequeche’ [uno-parte-pueblo], ‘tobilaoqueche’ [uno-cara-pueblo], ‘tobilooqueche’ [uno-cosa-pueblo].
[18] Ñaa. Así lo interpreta Judith Zeitlin en su artículo “Historia política del sur del Istmo de Tehuantepec durante la época colonial”, en Cuadernos del Sur, 6-7, Oaxaca, Enero-Agosto 1994, p. 32.
[19] ‘Chalatequeche’ [uno-lugar-pueblo], ‘Tobiquiñaqueche’ [uno-sembradío-pueblo], ‘quijñaqueche’ [sembradío- pueblo], ‘tobiquiña’ [uno-sembradío] y ‘ñaaqueche’ [¿sembradío?-pueblo].
[20] Por ejemplo: AGNT 1058, 1: 233 fs., ‘El barrio de Xizaa contra el barrio de Yareni, ambos de San Pedro el Alto’; AGNT 145, 2: 15 fs., ‘Censo [renta] sobre tierras del barrio de Santiago, de San Miguel Tlalixtac’; AGNT 223, 1: 130 fs., ‘El barrio de Xasee contra el barrio de Cuichilihui, de Teotitlan del Valle’; AGNT 2997, 45: 3 fs., ‘El barrio de La Asunción y el barrio de Santiago, sujetos a Ocotlan, contra Tomás Lozano’.
[21] ‘Tobicozaana’ [uno-linaje/fundador]
[22] La propuesta de Oudijk es algo distinta: “'barrio' [tobiquiñaqueche] se lee como 'un pueblo de la petaca' con el sentido de 'el pueblo que pertenece a la petaca'” (Oudijk, 2000: 164).
[23] René Acuña (ed.), Relaciones Geográficas del siglo XVI. Antequera, Vol. II, México, UNAM, 1984, p. 349.
[24] ‘Tequitlato. Mandon o merino, o el que tiene cargo de repartir el tributo o el tequio a los maceuales’ (Molina, 2001: 105v). Según Lockhart se trata de un cargo menor (op. cit.: 70).  Nótese que el término zapoteco concuerda con las entradas: ‘Proueedor de obras o destajos, o repartidor. Collabachijña [repartidor-trabajo]’ (VZC: 331), y ‘Repartidor que los reparte [repartir obras o destajos como los tequitlatos hazen a los Indios]. Conñij chijna, collaba chijna, coquice, collaha’ (VZC: 352v). Alonso de Molina, Vocabulario en lengua Castellana y Mexicana y Mexicana y Castellana, México, Porrúa, 2001, 4ª. Ed.
[25] Se habla de estos rangos en las siguientes entradas de Córdova: ‘Linaje de señores grandes. Tijacoquij. l. coqui. [linaje-rey]’. ‘Linaje de señores mas baxos como caualleros. Tijajoana. [linaje-señor]’. ‘Linaje mas baxo como de hidalgos. Tijajoanahuini, tijacollaba [linaje-repartidor]’ (VZC: 246).
[26] John Chance, La conquista de la Sierra. Españoles e indígenas de Oaxaca en la época de la Colonia, Oaxaca, México, IOC, CIESAS-Istmo, 1998, pp. 34-35. Oudijk, 2000: 201-205.
[27] No obstante, no todos los pueblos tenían el mismo “peso”. En su trabajo con documentos zapotecos de la sierra, Ángeles Romero ha identificado sutiles pero firmes jerarquías entre algunos pueblos. María de los Ángeles Romero Frizzi, “Las sutiles redes del poder. Reflexiones en torno a los conceptos de historia y poder entre el siglo XV en la mixteca y el siglo XVII en la sierra zapoteca”, ponencia presentada en el Coloquio Académico Escritura Mixteca: desarrollo histórico y contexto social, Amsterdam, Holanda, agosto de 2005; “Linajes, poder y conflicto. La sierra norte de Oaxaca: siglo XVIII”, ponencia presentada en el Simposium Sistemas políticos segmentarios y gobiernos oligárquicos: arqueología del contacto y casos etnohistóricos, coordinado por Gerardo Gutiérrez, dentro de las actividades de la XXVIII Mesa Redonda de la Sociedad Mexicana de Antropología, Ciudad de México, agosto de 2007.
[28] María de los Ángeles Romero Frizzi, “El poder de la ley. La construcción del poder colonial en una región indígena”, 2007 (en prensa), pp. 12-14.
[29] Se trata de Yetzegoa, San Juan Juquila Rincono, hoy San Juan Bautista. Totolinga, o Yacuini, se despobló a mediados del siglo XVII y sus sobrevivientes se fueron a vivir a Juquila previo convenio para cederle sus tierras. El texto de la Memoria de Juquila está publicado y analizado en Romero y Vásquez, 2003: 393-448. Varios análisis más detallados, y que incluyen comparaciones con la Memoria de Totolinga están en Romero 2005, 2007 y 2007 (en prensa). María de los Ángeles Romero Frizzi y Juana Vásquez, “Memoria y escritura. La memoria de Juquila”, en María de los Ángeles Romero Frizzi, comp., Escritura zapoteca, 2,500 años de historia, México, Miguel Ángel Porrúa, INAH, pp. 341-391.